sábado, 27 de marzo de 2010

La vida, sigue igual ?



El tren que sale de Berna a las 8.34 tiene que llegar a Ginebra a las 10.15; lo cual es perfecto porque tengo la reunión al medio día. Pero en Fribourg nos dicen que es la estación final y que « todo el mundo desciende » (una manera de decir « bájense ia ») debido a un « Personen-Unfall ». Entre que lo dicen en alemán y que yo no conozco los códigos, me bajo bufando y preguntándome qué habrá pasado. En la vía alguien grita : « correspondencias Lausanne, Geneve, Geneve Aeroport, vía 2 ». Y todos corren, como movidos por la desesperación. Yo no entiendo nada pero corro también, aunque sé que el tren debería esperar a los pasajeros de todas formas.

De pronto me encuentro en un trencito regional, abarrotado de gente, que va a parar en todos los pueblitos de la región. De repente, descubro que hay muchos pueblitos en la región. Y finalmente me entero, también, que « Personen Unfall » -literalmente accidente de persona- es la perífrasis que se usa para decir que la vía está bloqueada por el cuerpo de alguien que se suicidó esa mañana.

En el tren se crea una hermandad extraña : una chica muy chic –muy típico de los se mueven entre Ginebra y Lausanne- charla desenfrenadamente con sus vecinos de asiento, gente muy tranquila que se mueve en la « campagne ». Todos hablan por telefono y avisan que llegan muy tarde, todos comentan la situación… Pero con calma. Cuando la persona que me explica que lo que pasó fue un suicido ve mi cara de horror, me tranquiliza diciendo « es bastante frecuente ».

Más tarde, Thomas me va a contar que en la formación de choferes de trenes les enseñan cómo afrontar estas situaciones : un cuarto de los choferes va a encontrarse un suicida en las vías en algun momento de su carrera. Si, todavía no lo proceso.

La hermandad se acaba en algun pueblito con nombre olvidado, porque cambiamos otra vez de tren al nuevo regional. Ahí averiguo que lo que normalmente serían unos 20 minutos de viaje hasta Lausanne en un tren rápido, nos va a llevar una hora. Otra mujer comenta que es la primera vez que visita esta región en toda su vida (considerando que es una suiza de 60 años, significa un descubrimiento). Como para hacer algo, conecto la computadora. La señora del frente baja la cortina de la ventana para que el reflejo no me moleste, la cortina se sube sola, y la señora - en un acto de generosidad- se duerme apoyada en la cortina para que yo pueda trabajar sin reflejo hasta Lausanne. Un poco antes de que se acabe la nueva etapa del viaje, saco las galletitas y comemos y charlamos.

Y en Lausanne, vuelta a cambiar. Pero ya no es lo mismo. Los nuevos pasajeros nada saben de lo que pasó en Friburgo. Además, este no es un tren regional.

Llego a la universidad a las 11.50, con una mezcla rara de angustia y alivio, de miradas solidarias, de gritos y de charlas tranquilas. Llego igual y llego distinta. Todavía 10 minutos antes de la reunion.

lunes, 8 de marzo de 2010

Mi vecina, un naranjita, una borracha y la SVP.


Mi vecina dice que cada vez que ella llama por teléfono a un celular, lo primero que pregunta es «estás en el tren ? ». Si la respuesta es positiva saluda y avisa que llama más tarde. Dice que, si no, es compartir la conversación con todo el mundo. Y tiene razón.
A veces entiendo que la gente que habla un idioma « no suizo », se sienta seguro y se despache con su vida privada al teléfono. Pero nadie está seguro. A una señora le puede pasar que le cuente – en español- sus problemas de alcoholismo a una amiga, sin sospechar que al frente estoy sentada yo, que ya sabemos que vivo un poco de las historias ajenas, y me entero como al pasar de que la mujer le echa la culpa a los que le alimentaron el vicio el sábado. Y banalizo, porque la historia era para llorar.
Lo que entiendo menos, con respecto a las charlas telefónicas trensísticas, es a los que hablan lenguas locales y no tienen problema, igualito, de contar de todo un poco.
Entonces todos nos enteramos que Mariana hace una reserva para dos personas, en el restaurant xx para este viernes; todos conocemos el balance semanal del negocio de alguien que canta cifras por teléfono, y sufrimos, la discusión telefónica de un gritón, discusión que tiene poco de amable –me parece, porque repite mucho «shit»-.
En este mismo momento, mientras escribo, una mujer, dice algo en suizo alemán. Ni idea de lo que significan los sonidos que le salen de la boca ; pero como sonríe todo el tiempo, juega con el foulard, y hace caritas de nena enamorada, me parece que yo no diría a todas voces, arriba de un tren, lo que ella está contando en este momento.
Más allá, un señor con apariencia de tipo serio- salvo por su pullover naranja- trabaja en la computadora y tiene –al mismo tiempo- una reunión laboral en italiano. No estoy prestando atención, pero insiste varias veces en aclarar que lo que dice lo hace « con tuto respeto » y de vez en cuando agrega « certo ».
Es que el tren es tan de todos que lo privado no existe (sino díganle a la señora que se cambiaba el cancán a la vista de todos).
Hace unos meses, un politico de la SVP –partido de extrema derecha, el mismo que hizo la campaña de las ovejitas blancas que expulsan a patadas a una ovejita negra del mapa de suizo, porque son tan sutiles los muchachos…- digo, este político de la SVP tuvo una conversacion telefónica con un –se puede decir correligionario ?- bah, con otro del partido. En esa conversación comentó cuánto disfrutaba un fracaso reciente de la izquierda. Lo que el señor no sabía (iba a poner buen señor, pero bueno un corno)- digo, lo que no sabía es que el que estaba en el asiento de atrás era un periodista del Wochenzeitung, diario de izquierda, que al día siguiente publicó la conversación y los escrachó con nombre y apellido.
Por eso yo pienso,no ? que si a la señora alcóholica, al naranjita, a la chica del foulard o al del balance semanal no les importa que haya chismosos cerca, está muy bien que sigan hablando por teléfono en el tren. Pero sino, mi vecina tiene razón. Certo, no ?.

Lo que pudo pasar y no pasó


El tren está lleno de historias y de no-historias. En los vagones pasan un montón de cosas, y muchas otras podrían suceder, pero no…
Veo de lejos al argentino y al brasileño que están por subir en uno de los últimos vagones. Corro para sentarme cerca y provocar- esta vez sí- el diálogo (y no solamente la escucha). Pero cuando creo llegar al vagón al que subieron, no los encuentro (o no los escucho, para ser más precisa).
Subo en el tren de Ginebra, en el asiento más cercano a la puerta, porque busco siempre el enchufe para la computadora. En Lausane, Francine me dice « Verónica ! Viajamos juntas y no nos vimos! ». Estuvimos sentadas espalda con espalda y nos encontramos cuando ella bajaba. À la prochaine !
Subo en Berna. Sube un hombrecito de sobretodo y sombrero (no gris, negro, pero casi, casi igual a Natalio Ruiz). Me pregunta con cortesía de otra época si el asiento está libre. Mientras me desengancho el aro de la bufanda, lo observo : es un personaje, y si no estuviera en este tren, podría estar haciendo teatro callejero en la peatonal. Está sentado justo al frente. Quiero charlar, pero no surge : cuando yo miro, él lee. Cuando él mira, yo tipeo en la computadora. Se baja en Friburgo, y con cortesía de otra época, inclina la cabeza tocándose el ala del sombrero y me saluda. Pudo ser una historia, pero no fue.
El azar tiene también sus reglas, y la primera es que no podemos manipularlo. Y a veces los desencuentros evitables me resultan más extraños que los encuentros casuales.