viernes, 29 de enero de 2010

La vida de los otros

Hace unas dos o tres semanas, me subí en uno de los últimos vagones para trabajar tranquila y sin tanta gente hasta Ginebra. Tuve la mala suerte de que, pegados a mi asiento, se sentaron un brasileño y un argentino. Pero como dice mi mamá, « mala suerte, buena suerte».
El argentino hablaba en argentino y el brasileño en brasileño. Y se entendían bárbaro. Y yo también entendía.
Hablaban de cosas interesantes : mi mirada estaba en el libro y mis orejas con ellos. Hablaban del fin de semana, de lo que habian hecho, de gente que conocían. Nada especial, salvo por la manera. A veces escuchás a alguien y decís « es un boludo » y otras veces decís « quiero estar en esa charla ia." Bueno, esta era la segunda.
Se bajaron en Friburgo, supongo que para trabajar. No eran estudiantes. El comentario de la película que el argentino había visto me alcanzó para darme ganas de verla yo también. Cuando la vi, una semana más tarde, me encantó.
Pero el argentino debe haber sido en su juventud estudiante de letras o lector del amante, porque « sí, estaba bien, retrata bla y bla, desde la perspectiva tal y tal. Bien » Lo que en criollo significa que le encantó también pero decirlo así no es cool. O alguna vez se ha visto un crítico de cine que escriba « me encantó» ? jamás, la peli siempre es "angustiante, asfixiante, oscurantista, moderada, con un leve tono intimista…" con suerte te largan un "soberbia" (si es el suplemento cultural de un diario, no una revista de cine, más vale) y tiene lógica, para decir que te encantó, no vas a cobrar nada, chorro.
En fin. Ayer los encontré de nuevo.Misma hora, más o menos misma ubicación. Joder, ni que en Berna subieramos 4 gatos locos... no será el amontonamiento de un colectivo argentino, pero es un tren! El tren va hasta las manos, pero la mala-buena-suerte me los sentó de nuevo cerca. De más está decir que no trabajé nada hasta Fribourg.
Trabajan en una ong y parecía muy interesante lo que hacían. Cuando estaba por vencer mi timidez para preguntarles en qué ong estababan, empezaron la discusión de los problemas internos. Ahora se que Marie Claire ( ?) hace lo que le dice Christoph ( ?), responde a los mismos lineamientos, y por eso el argentino se calentó en la reunión, y XXXXX hace años que viene cobrando un sueldo demasiado elevado y que estaría bueno que ahora ella misma ofrezca bajarse el sueldo, porque no tienen recursos.
A esta altura yo estaba totalmente de acuerdo con ellos y bastante enojada con Marie Claire (????), que no se jugaba por nada y se reía como boluda en la reunión. En fin, no pude saber cómo terminó todo, porque se bajaron en Fribourg, apenas 20 minutos después de empezar a «contarme» la reunión. Pero antes me enteré que en Migros venden unas computadoras baratísimas, y que Marta (?????) compró esa para llevar a Colombia, porque si le roban la que tiene ahora, imaginate, se jode.
Maldita chismosa. Andar metiéndome en la vida de los otros.
Esta mañana los busqué. Pero aunque viajé al mismo horario y busqué otra vez el último vagón, tuve que conformarme con leer el diario hasta Fribourg.

La catarsis de Ana

Ana subió en Friburgo. Acomodó el carrito y a su hijo y se sentó, en frente, pero en diagonal. Pasillo de por medio, como para charlar fuerte pero no tanto como para que escuche todo el vagón. Ana le dijo a su nene, en español, que tenía que ir al baño y me pidió, en francés, que por favor le mirara el niño. Y yo le contesté « no hay problema » en español. Y como el baño estaba ocupado, cuando Ana descubrió que yo hablaba en castellano, empezó a charlar, como para hacer tiempo. Ana nunca más fue al baño en ese viaje.
No es que mi conversación sea encantadora, pero cuando uno quiere hablar hasta un palo puede ser una oreja solidaria. Y Ana me contó que había venido de Venezuela a los 21 años, enamorada de un marido suizo. Sin saber alemán ni francés, sin trabajo, sin amigos, sin naa de ná. Hoy Ana tiene 30 años, habla alemán y francés perfectamente, está por empezar su maestría como intérprete en Ginebra, también estudia chino, con su grupo de amigos organiza un festival internacional de guitarra y otro de folclore (yo le caí bien porque conocía un grupo argentino, de rosario, « nuestras raíces » -nombre originalísimo para un conjunto folclórico- que había venido al festival), ademas tiene un niño que es un bombón, y, desde hace un mes no tiene mas marido pero en cambio se compró un celular y abrió su propia cuenta corriente.
Desde navidad vive temporalmente en un hotel que le ayuda a pagar una asociación de acompañamiento de mujeres solas. Mientras escuchaba la fabulosa historia de Ana me preguntaba en que cabeza cabe que esta mujer, segura y enérgica- con su vestido corto y sus medias del supermercado coop (sé que son de coop porque me compré las mismas, en liquidacion) se haya bancado 8 años un marido con celos patológicos y agresor. En la mía no, pero hace rato que me di cuenta de que la mía es bien pequeña.
No teníamos mates, pero como si. En los 90 minutos entre Friburgo y Ginebra me contó su vida y de a ratos intercalé algo de la mía. Hablamos fuerte, como en típica reunión de amigas (latinas, claro). Hablamos de los fonemas del chino, de los hombres egoístas, de los casos del alemán, de los hombres que valen la pena, de los hijos y de las ganas de tener uno, de las ciudades que preferíamos, y de los amigos que faltaban, de la familia y del futuro laboral.
Al frente nuestro había un señor, a nuestro juicio oriental, que escuchaba nuestra vida como quien oye llover.
Con Ana nos pasamos los mails y los teléfonos. Cuando bajabamos del tren, le ofrecí ayuda con el carrito, mientras ella agarraba a su hijo. El senor « oriental » , en un perfecto argentino, nos dijo « SHO SHEVO LA VALIJA ». La valija al final no era de Ana, pero en el alboroto no nos dimos cuenta, y el buen argentino así como la bajó, la subió. Nos deseó buen dia y se fue, con media vida de cada una a dar vueltas por Ginebra.
Con Ana nos despedimos en la facultad, con un abrazo fuertísimo, de esos que te das después de una charla de mate que te deja más feliz y más entera.
Me escribió esta mañana para invitarme a la inauguración de su departamento. No puedo ir, pero quedamos en juntarnos a cenar en Berna.

La señora del cordón

La señora subió en Romont. Sesenta años de vida (aparentemente) correcta, pelito que supo ser claro y cachetes lustrosos y sonrosados se sentaron en el asiento de enfrente. Se sentaron es una manera de decir. La señora tenía un tapado que ataba con un cordoncito en la cintura. Se ve que lo habia atado bien, porque el cordoncito no se desataba. La señora primero probó de pie, como para sentarse cómoda, sin tapado. Despues probó sentada. Después me miró desesperada y yo le ofrecí mi solidaridad con la mirada. Yo intentaba trabajar en la computadora, pero la lucha contra el cordón era mas interesante. Se me ocurrió decir que hacía falta una tijera, y la mujer o no me entendió, o le tenía mucho cariño a su cordón, porque me sonrió con todos sus cachetes y siguio luchando. Y yo trabajando. En Palesieux, la ciudad siguiente, después de que bajó toda la gente, despues de que subió otra gente, después de que se sentaron los nuevos pasajeros, la buena señora lo logró, y cuando desató el cordón se le desató tambien la lengua. Y empezó a charlar y a contarme cosas, mientras yo intentaba trabajar. En serio, me daba mucha ternura. Me dijo que sabía una palabra en español : «signorina» (sic), y la usaba como palabra clave para llamar mi atencion y explicarme que «tengo que tomar el barquito para ir a francia», «que es muy lindo del otro lado pero esta lleno de turcos» (hay un miedo patolóogico a todo lo que evoque el olor lejano del islam; si le decia mi apellido, me tomaba por turca y me ahorcaba con el mismo cordoncito). Tambien me contó que en Francia le robaron todo y que estaba desesperada. No hacía falta aclarar que habían sido los turcos.
Inútil volver a trabajar. El signorina y un «aaaaah» que apoyaba sus frases como si fueran comas, me acompañaron hasta Ginebra. Cuando llegamos nos despedimos y nos deseamos un buen día…
Hace un mes la volvi a ver en el tren. Llevaba el mismo tapado acordonado, pero se sento un poco mas lejos. La verdad, me quedé con ganas de escuchar su « signorina ».

Gritos y conectores

El tren "intercity”, es un poco más rápido que el inter regio, porque para en menos ciudades. Además de ser más rápido, es más cheto y tiene dos pisos. Estoy sentada en el piso de arriba, tratando de explicarme por qué los nenes usan tantos conectores “y” en sus textos (algo que está tan pero tan estudiado que es un embole).
Y mientras cuento las “y” que aparecen, empiezo a escuchar la voz de una mujer que fuerte, en el piso de abajo, dice: “PARA”. Que alguien grite enojado no es muy común en un tren suizo, vamos, que no es común que grite un suizo… ni una suiza, para ser precisos, porque la que gritó era una mujer. Cuando unos minutos más tarde el grito se reitera yo ya me emociono. Los conectores “Y” me importan un pito, y la verdad es que me encantaría saber qué pasa allá abajo.

Los gritos aumentan: “PARA, no es forma de comportarse en un tren, PARA, PARAAAAA” Todo esto en francés con un “arrete” que alarga las ERRE muchísimo, tanto que hasta me gusta, aunque sea un grito.
Ahora una voz le contesta, no sé qué, porque mi francés no es muy bueno. Sé que es un hombre, pero no es una discusión de pareja. Parece más bien la pelea entre una mujer que ha perdido la paciencia con su padre anciano, o la de una mujer que intenta controlar a un hijo loco, o la de una mujer grande con su marido medio viejo, gagá… que ha comenzado por perder el sentido de la moralidad (resulta que eso es una enfermedad neurológica que puede venir con los años, se ha reportado el caso de viejitas que a los 70 empiezan a morir de calor amoroso, qué envidia).
ME imagino al marido viejito levantándole la pollera a su señora: PARA, PARA…
O al hijo loco tirándose al suelo: “PARA PARA”
O al padre anciano queriendo abrazar a un vecino del vagón: “PARA, PARA”.
Al final, no sé qué pasará allá abajo, a los conectores ya no los cuento, porque la mujer grita tanto y tan fuerte que la que tendría que parar es ella. Al final, parece que hay otra persona que tiene dificultad para contar conectores, porque escucho que en voz más baja algo le dicen, y la mujer de los gritos dice “Excuse Moi”… Dos minutos más tarde se anuncia la parada en Friburgo. La mujer ha cambiado su estribillo por otro que dice “ACÁ, ACÁ”, supongo que le señala donde bajarse al pobre hijo loco/marido gagá/padre anciano.
Deseo con todas mis fuerzas que no se bajen, para tener la posibilidad de cruzarlos más tarde en la parada de Berna… Pero no tengo suerte, y las restricciones suizas para meterse en la vida de los otros empiezan a influir mi conducta latina. Lástima. Por fin, el “para para” parece haber dado resultados.
Y yo me quedo en silencio, con mis conectores, sin poderle poner jamás cara a los hermosos “Arrete”.

Guardate tu destino

Cuántas posibilidades hay de re-encontrar a una persona que conociste en un tren, que no vive en tu ciudad, con la que has evitado cuidadosamente el contacto y con la que no te une más que un poco de miedo de volver a cruzarlo? No sé, pero me pasó.
Hace dos meses, después de una fiesta de bienvenida de becarios, llegué a la estación bastante más tarde de lo habitual. Poco antes de tomar el último IC, que es el más rápido, un chico bajito con cara de nerd, se me acercó y me preguntó primero en francés, después en inglés y después en alemán si acá se esperaba el tren que iba a Berna. Con el sistema de señalización suizo, con los altoparlantes anunciando hasta el color del tren, con los horarios y vías escritos en cada rincón, a un extranjero, por lo general, le cuesta poco ubicarse. Claro, tenemos la excusa del idioma y de que no sabemos dónde mirar, ponele. Pero de ahí a que dude un suizo?? No, dejate de joder. Es como que un argentino te pregunte: disculpe, el mate, ¿se toma con bombilla? Pero igualito no sospeché nada y como estaba eufórica de comunicación, me puse a charlar de lo más pancha y me pareció un regalo para que el viaje se hiciera más corto.
Una pizca más raro me pareció cuando, tan solícito, puso dos hojas de periódico en los asientos enfrentados y me ofreció que estirara las patas y las apoyara ahí. Un gesto demodé, como quien se saca el abrigo y lo pone arriba del charco para que pases por arriba (por lo demás, siempre me pareció una estupidez ese gesto, porque no hay nada más fácil que darle la vuelta a un charco…)
Cuestión que la conversación avanzaba y yo me daba cuenta de que estaba con un loco. Estaba atrapada en un vagón prácticamente sin pasajeros, con un tipo bajito, pero al que igual le daban las piernas para llegar al asiento del frente e impedirme así salir corriendo. Por primera vez, deseé con todas mis fuerzas que pasara el inspector (como sea, en ese momento quería que apareciera alguien aunque sea para controlar mi pasaje). Feo te digo, y yo –que no sabía para dónde podía salir el tipo- piloteándola hablando de Maradona y de Bariloche, porque el tipo “adoraba Argentina y las argentinas”, y la conversación fue pasando de aburrida a pesadilla, cuando insistía en lo bueno que sería que nos casáramos, así yo tenía la doble nacionalidad y me quedaba para siempre a vivir en su casa, para disfrutar de su cocina –“porque soy muy buen cocinero”- . Convengamos que el tipo era rápido porque el “ingeniero nivel 2” (no sé lo qué es ni pienso preguntárselo) se tenía que bajar en Friburgo, y tenía sólo 1h.20 para todo el rollo. La amable explicación de que yo tenía novio no lo desanimó ni un poquito, pero algo parece que entendió: “con razón no se quiere bajar conmigo en Friburgo” (¡!!!!!). Y cuando quise cambiar de asiento, nada más me detuvo explicándome su teoría de que nos había unido el destino y de que él se había dado cuenta apenas me vio (lo que explica porqué preguntó si era el tren a berna, teniendo el cartel arriba de las narices).
Al final me dio dos veces su e-mail (primero lo escribió de un lado del papel y después lo re-escribió atrás) para estar seguro de tener un contacto y bajó con aire abatido en Friburgo. Veinte minutos más tarde, en Berna, yo hacía catarsis con el Thomas.
Ahora, cuántas posibilidades hay de re-encontrar a una persona que conociste en un tren, que no vive en tu ciudad, con la que has evitado cuidadosamente el contacto y con la que no te une más que un poco de miedo de volver a cruzarlo? No sé, pero el lunes estuve 20 minutos en Friburgo para buscar las plantillas que me mandó mi mamá con una conocida. 20 minutos: diez para ir al lugar, diez para volver a la estación. En el último minuto, a 20 metros de la estación, un chico bajito, con cara de nerd, se paró en seco y se quedó mirándome con cara de feliz cumpleaños.
- “Vous êtes argentine, n’est-ce pas? Nous nous avons connu dans le train entre Genève et Berne »
- « Ah, oui, bon soir”
Respondí- y caminé todo lo rápido que pude a la estación escapándome de la voz que gritaba “Verónica, n’est pas?” y tratando, desesperadamente, de repetirme que nunca había creído en el destino y que no iba a empezar, justo ahora, a creer en un destino que no me entusiasmaba para nada.

Voilá la vie dans le train

Les escribo, cómo no, desde el tren. Supongo que les mandaré esto cuando llegue a casa, porque por ahora eso me falta: el internet en el tren.
Lo de las historias trensísticas no acaba, me parece que sólo hay que estar receptiva, o clavada en el tren como es mi caso. Estoy reventada del cerebro porque fue un día pesadillezco. Me he subido al tren en Ginebra a las 18. Hs, para volver a Berna. Tengo 1.50 de viaje porque es el tren regional. Como es la hora pico va hasta las manos y todo el mundo tiene aspecto de reventado. Salvo los teens, que no sé de dónde sacan energía. En Lausanne hay recambio de gente, bajan muchos, suben muchos. Casi no hay espacio y en el asiento al lado mío, pero separado por el pasillito, se ubica una señora con aspecto de profesora soltera de literatura alemana antigua, corte carré, gris porque las canas dan dignidad, bastante alta, demasiado delgada, bastante chata para no caer en la tentación, supongo. Esta señora tiene una pollera negra larga, bastante debajo de las rodillas, y unos can-can negros y unos zapatos. Se sienta, y así como lo leen, se sube la pollera hasta la altura de la bombacha, y empieza a tirar el cancan negro para sacárselo. Ya es bastante bizarro que una persona se suba la pollera en el tren, pero vamos, que si lo hace la profe de literatura alemana antigua, me cago en la leche, es como para quedarse mirando. Pero nadie mira. Salvo una chica que está en frente de mi asiento y que ha cambiado la sonrisa cortés para preguntarme “C’est libre?” por una cara de horror muy fresca. Es claro que no es suiza. Es de algún país asiático, sabrá Dios cuál. Puedo descartar China y Japón, también Corea por las fotos de la Lau, Vietnam porque tengo una amiga vietnamita que se ofendió bastante cuando confundí Taiwán con Vietnam (pero no cierto que suenan casi idénticos?). Así que la única persona que se escandaliza aparte de mí misma resulta ser alguna otra extranjera de procedencia desconocida. Voilá la vie dans le train, una sucesión de experiencias.

Desde las 7 de la mañana

El otro día le conté a la guada la historia del tapado verde, una historia chiquitita que empezó en el tren y terminó en la facultad.
Pero me di cuenta que lo de las historias mínimas pasa todo el tiempo... en el tren!
Paso muchas pero muchas horas yendo y viniendo de ginebra. Un día es el tapado verde, otro día un nerd me propone casamiento, otro día me encuentro una pareja que parece una pareja de misioneros alemanes y resultan ser... una pareja de misioneros alemanes!
y hoy, como perdí el tren, tuve que esperar media hora en la estación y una chica me preguntó si hablaba español, porque ella hablaba... portugués (no hubiera sido mejor preguntarme si hablaba portugués? igual no importa) porque ella era brasileña y me quería hacer una pregunta. Inmediatamente después me contó que venía viajando desde las 7 de la mañana, desde un pueblito de Francia y se iba hasta Milán, porque quería escaparse de la casa de un amigo que la alojaba, amigo que después enloqueció y le dijo que estaba enamorado de ella y que si ella se iba, él se mataba.
Entonces se asustó, armó su valija a escondidas, y cuando él se fue al trabajo a las 7 de la mañana, ella tomó un taxi y se fue a la estación. (Me pregunto si el chico seguirá vivo a esta hora, ya son las 22.15).
Todo eso me lo contó como máximo en 5 minutos. No sé qué fue de su huída, porque justo llegó mi tren, pero me parece que los trenes y sus estaciones me entretienen bastante.

El Tapado Verde

Hola Guada! Cómo estás? Anoche, con el Thomas fuimos a ver "new york i love you", la viste? está buena. Y salí de ahí pensando en las pequeñas historias que se te cruzan cada día en una ciudad, mínimas, ínfimas si se quiere, pero que hacen que valga la pena caminar una calle.

El viernes, cuando me bajaba del tren en Ginebra, mientras atravesaba el amontonamiento de gente para ganar la salida, vi, adelante mío, una mujer con un tapado verde un poco feo. Vi más el tapado que la mujer... y después seguí, tan pancha. Tomé el bus para la universidad, diez minutos de pensar en nada y cuando me bajaba, en la misma parada, adelante, el tapado verde!! Fue un segundo, un dejavu y pasé a comprarme un café para sobrevivir a la reunión del equipo. Y después subí, tan feliz (no te parece desproporcionado a veces que un café con leche pueda darte felicidad?). Entré a la reunión donde conocía a casi nadie y me senté al lado de una chica muy amable, que se llamaba Francine y que leía el documento de discusión en su notebook. Piolaza la Francine. Y cuando tres horas más tarde cortamos la reunión para ir a almorzar al restaurante portugués, Francine se levantó y sacó del perchero de la esquina... su tapado verde!!! No te parece que a veces alguien se divierte con nosotros como si todo fuera una gran matrix? Puede ser Dios, lo que lo convierte en un tipo con un bonito sentido del humor.

Te pasó algo así esta semana?

besos

vero

Bienvenidos al tren

Desde hace unos meses tomo el tren de Berna a Ginebra, y de Ginebra a Berna, varias veces por semana. El viaje dura 1.40 con el tren más rápido. Y 1.50 el regional. (Matate la diferencia) Paso muchas horas arriba del tren. Y en el tren pasan cosas. Para compartirlas, empecé a escribir mails a mi familia o a mis amigos con esas historias. y ahora las escribo acá. Increible todo lo que puede pasar en un vagón. Bienvenidos al tren!